Thursday, December 30, 2004

De Regreso.

Nauseabundo.

Tan sólo eso se puede esperar de un autobús. No necesito otra palabra más para describirle, no requiero de ningun otro adjetivo: "nauseabundo" es la palabra que necesito.

Vamos, cuatro horas con mis gluteos aplastados en un metro cuadrado de asiento con niños llorando en el de enfrente, un anciano roncando a mi derecha y un par de viejas histéricas en los asientos posteriores a mi desgracia, no pueden describirse de ninguna otra manera que no sea con la nausea que me provocó.

Estuve a punto de romper el cristal con el martillito de emergencia que ahora, por cuestiones supuestamente de seguridad (yo estoy seguro que quien lo inventó es tan, o más, claustrofóbico que yo) que ponen a un costado de la ventanilla.

En fin, el regreso fue largo, nauseabundo (insisto) y poco alentador.

El lunes próximo será mi oficina la que disfrute del temporal buen humor que me dejaron estas vacaciones, quiza menoscabado un poco ya por el non grato viaje anteriormente citado.

Ni modo, a reincorporarse a la fabulosa actividad de la burocracia toluqueña.



Ya hablando en serio, extrañaba este pinche, horrendo, asqueroso, fenomenalmente complicado, frío, tenebroso quizá, congestionado, sucio, abandonado y contaminado puto pueblo.

Tuesday, December 28, 2004

Morelia

Que interesantemente lírico resulta eso de caminar por las calles de Morelia. La noche es tranquila, la bebida es agradablemente intoxicante y el humo del tabaco recorre tiernamente la futura cancerosa garganta de un servidor.

Hoy me enteré que, a propósito de la iluminación de la que hablaba ayer, esta fue contratada con la misma empresa que se encargó de decorar llamativamente pequeños monumentos en algún lado de este mundo. Uno de esos se llama torre eiffel, otro es el arco del triunfo, y también algún lote baldió que a alguien se le ocurrió nombrar como campos eliseos.

En fin, menos mal que aquí si les quedó interesante. Debió ser alguna basura la que habrán instalado en aquellos desconocidos lugares.

Bueno, el dato aquel lo obtuve de cierto cómico tourist guide que se encargó de amenizar durante el imponente camino de un camión de dos pisos, en cuya cubierta yo me senté tranquilo con una paleta de caramelo y apuntando el objetivo de mi cámara a cuanta rareza colonial se le atravesara.

Y se le atravesó una catedral, algún par de mansiones, un parque llamada Cuauhtémoc, muy bonito en realidad. También una plaza donde Morelos estaba sentado muy majestuoso sobre un corcel con una patita arriba. Me informaron sobre los mejores lugares de comida, sobre un zoológico singular, e incluso de lugares donde disfrutar del placer más placentero de todos los placeres: mujeres.


Monday, December 27, 2004

Morelia

Just a perfect day. Drink sangry in the park.
And then later, eat some arrachera, tarasca soup.
And then hotel.

Oh it`s such a perfect day.

Caray, soy muy malo para eso de las adaptaciones. Al menos en lo que se refiere a las adaptaciones sarcástico musicales, porque en cuanto a lo que corresponde a aquellas digestibles situaciones de las vacaciones, me adapto perfectamente.

Recorrí Morelia un buen rato. Amablemente, con cortesía esperando cada semáforo y sin mirar el reloj. Sin preocuparme porque suene el celular, sin tener que esquivar miradas conocidas o finjir sonrisas a aquellos que lograban encontrarme en la calle.

Traté de perderme en una primera ocasión. Infructusa pretención. Camine tres calles al norte, unas cinco al oeste, varias al este y de nuevo al sur. Quedé parado precisamente frente al hotel, cuyo nombre ni recuerdo, en donde me hospedaba.

Ahora intenté perderme de nuevo. Ahora sonrío maliciósamente para mi mismo al saberme cerca de mi propósito, no tengo ni puta idea de donde me encuentro y realmente no tengo prisa en averiguarlo. La ciudad es preciosa de noche.

Debo de admitir que en ello los morelianos han sabido aplicarse. Tienen al parecer cierta manía por iluminar las calles, derrochan su encanto con aquellas sombras enmarcadas en multicolores destellos.

Además, la imaginación la tienen muy grande. No utilizan los comunes blancos, amarillos, verdes incluso. Les encanta el violeta, el acuamarina, el naranja. Realmente es toda una delicadeza la que aplican estos cabronzotes.

Y en fin, mañana dedicaré mi vida un momento a tenerme en paz. Leer bajo la sombra de los arboles morelianos comiendo algo de gazpacho (a la fecha ignoro que cuernos es eso) y disfrutando la pupíla con mujeres hermosas, sonrientes todas además.

Caray, q chida es la vida.

Thursday, December 23, 2004

Oaxaca

A veces, no necesitamos atesorar todos los recuerdos de toda nuestra vida. Hay momentos dignos de respeto.

Y hay momentos que también no merecen la consideración necesaria.

Acabo de llegar de mis vacaciones, San Agustinillo, 5 días 4 noches. Fue mucho mejor nadar en el Pacífico que nadar en el Golfo de México, a pesar de que por primera vez en mi vida sentí la real posibilidad de morir ahogado por falta de precaución.

Esta bien, por pendejo pués.

En la próxima quincena, a clases de natación. Es justo, es necesario.

En fin, llegué y visité a los amigos. Beto, Lourdes, sus hijos y Britt. No conocí a Juve.

Ví a Pilar, y resultó más penoso que lo que la gente podría haber esperado sobre nuestro encuentro. Me sentí extraño por ella, no lo sé.

El caso es que el asunto no trascendió ni pasó a mayores. Sería muy impreciso de mi parte asignarle un valor positivo o negativo a ello, atinaría mejor diciendo que sucedió, no gratificante del todo.

Sin embargo, seguí con mi descanso. Algún vodka aislado en compañía de algún tabaco, también aislado. Las hamacas y el ronroneo.

La nadada, a huevo. Con visor y scuba, obligatorios. La anteriormente citada arrastrada por el mar, los primeros gritos de auxilio en mi vida y un par de disparos de tequila para aminorar el susto.

Que las carcajadas con el poker, los amigos y el alcohol. La fogata en la playa, la salida a pescar. Los barriletes y el “auon”, o “A G U J O N”, como logré descifrar.

Tres delfines en el mar. Una tortuga que salió a saludarnos, tan singularmente como aquel pesquero que en medio de la nada emergió a la superficie para decir hola, en medio de su faena asesina de apetitosos crustaceos.

Pizzas en modestos hornos de barro servidas sobre madera. Caldo con mariscos. Huachinango a la talla y miles de botes de agua purificada.

El tábano.

Suspenso…

… y dolor.

La infinidad de piquetes de insectos raros. Los que te quitan sangre, los que te la intercambian por ajena y los que nomás pican por estar chingando. Piquetes en los dedos de los pies. En piernas y brazos los más. En el culo incluso, los más curiosos.

La música y ocasionalmente la desesperación por comentarios estupidos. ¿Exasperación? Un poco, no todos los días, pero creo que me resulta más cómodo descansar sólo.

En fin, es posible que aproveche el 15 de agosto y me largue de nuevo a otro lugar. Un elemento trágico me haría pensar en mejor disfrutar un destino diferente y procurar no volver en lo próximo a San Agustinillo. La tercera es la vencida.

Aunque, que quede constancia. Jamás he dicho que no me gustaría volver a tan paradisiaco lugar.

Tampico

Una vez que llegue, ¿qué haré?

Bueno, buscar algún puestecillo donde vendan bocoles. Eso sería la primera tarea que tendría; tarea obligatoria, sea mi rol el de turista chilango perdido en provincia, o el de enamorado obsesivo, melancólico masoquista.

Si me la tiro en turista chilango perdido en provincia, obviamente viajaría en avión, buscaré un hotel. Algo cómodo, algo cinco estrellas que esté a pie de la playa.

Estaría seguramente con algunos amigos, y si voy sólo pues sólo me lanzaría a algún antro de por ahí. Bailaría y tomaría unos tragos de buen whiskey para disfrutar la noche.

Al otro día buscaría algún lugar en donde pescar. Me olvidaría de todo y me adentraría al mar, observando las toninas sin tener más contexto de ellas más que su condición de mamíferas acuíferas tampiqueñas.

Quizá logre un affair, uno nunca sabe.

Así siendo las cosas, acabaría con otra tampiqueña más. ¿Qué digo otra?!, con una tampiqueña, porque en mi turista chilanga y perdida memoria, no habría yo tenido jamás pasado con ninguna jaiba.




Si fuera el otro caso, de enamorado obsesivo, melancólico masoquista, y pendejo agregaría yo, seguramente iría en autobús.

Buscaría el hotel más barato que haya podido encontrar, con servicio de computadora claro está.

Y saldría y recorrería las calles del centro de Tampico. Averiguando cosas sobre algún fantasma que me significara pleitesía y eterna adoración. Recorriendo restaurantes, sentándome sin hacer nada en la plazuela de alguna escuela. Escuela de lenguas, claro está.

Regresaría a mi habitación anotando y revisando cada uno de los detalles de mi minucioso estudio antropológico, social y urbanístico del puerto jaibo. Buscaría Mc Donalds y teatros.

Y caminaría, cavilando, recordando. Reviviendo anécdotas que jamás viví, pensando en hipotéticos que jamás sucederán.

Derramando lágrimas que jamás derramé, bebiéndome un ridículo pero significativo vaso de Tequila Sunrise, obviamente servido por mis manos con algún par de dedos de Don Julio, añejo por favor.

Tomando todas las fotografías que debí haber tomado quizá hace un par de años. Y que en ese entonces retratarían felicidad, prosperidad. Retratarían amor, si es que no existe una palabra que mejor defina lo que captaría aquel aparato.

Pero, en realidad tomarán pedacitos de locura que iré acumulando en fríos álbumes, que en su frialdad y soledad extrañarán alguna sonrisa perlada. Piel morena no habrá.

Iría a alguna casa en alguna colonia con algún nombre de algún asunto medio extranjero.

Me pararía en frente, colocaría el tripié.

Pondría el programador de la cámara. Cuento con 25 segundos. En ese entonces daría tres vueltas al tripié. Certificaría que no hubiese nadie que llegara a estropear la escena, pondría mi mejor cara y disparará el programador.

Flashssssshhhhhhh





Acto seguido...


Gritos y escobazos.

“¡Lárgate Loco!”

Oda a un teclado.

Apostado todavía espero a que paulatinamente vaya haciendo efecto la ampicilina que me acabo de recetar hace unos minutos.

Escucho a Eros Ramazzotti “se bastasse una canzone”. Escucho a la lavadora llenándose y al tambor de la secadora dar vueltas.

Escucho, obviamente, a mis curiosillos dedos dar golpecitos rítmicos, continuos y melódicos en mi super teclado.

¿Platiqué alguna vez sobre las cosas que le han pasado a este teclado?

La más graciosa, sin duda, aquella vez del cereal con leche, que tuvo la delicadeza de verterse completamente encima suyo.

El sol se encargó de repararlo.

A eso se le suman mil caídas, mil mudanzas. Mil maneras en que he escrito con el. Parado, acostado, sentado. Incluso estoy seguro de haber escrito dormido.

Lo domino y me domina, existe una especie de sintonía entre nosotros, una simbiosis de hecho. Mientras yo quiero decir algo, él quiere que lo escriba con el. Mis dedos creo que ya se hicieron a su forma, se adecuaron a su orden.

Si examinamos muy minuciosamente en cada tecla de este, mi teclado, muy probablemente encontraremos estampadas las huellas dactilares de los escasos cinco dedos que llego a utilizar para escribir.

El mouse no es tan importante, a ese ya no lo tolero. Pero este teclado, caray con el condenado teclado. Le quiero mucho.

Observando el derredor.

Descansa mi mirada, desconcertada, sencillamente ya no sabe ni que hacer.

Y en su descanso, en su inactividad, mira su derredor, en mi rededor. Le intriga la indiscreción ajena. La paranoia le absorbe.

Confundida, no encuentra nada en su exterior que le impida ser, pero tampoco halla algo adentro que le permita hacerlo.

En suspenso permanece. Suspendida en su necesidad de hacer algo, que muy seguramente concluirá en no hacer nada.

Se imagina libre de ataduras, de lazos ajenos. Pero le deprime la opresión interna de su conciencia, de su gana de no tener ganas, de esa indiferencia que le aísla de su capacidad por decidir qué hacer consigo misma. Le aísla de su libre albedrío, le aísla de su conciencia, de su esencia.

Se bloquea y encierra en si misma. Y cierra los ojos, porque ni a sí soporta ver.

Quejumbridos y berrinches.

Quisiera decir que me duele algo, pero no me duele nada. Examino mi cuerpo y la cabeza intacta, la vista descansada, mis fosas nasales despejadas, la boca recién humedecida por un vaso de agua.

El cuello, normal, la espada acomodada en el respaldo del sillón. Los brazos sostienen a estas manos que propinan letras en el teclado. Quizá no sea saludable mentalmente, pero sí físicamente.

Mi pecho tranquilo, la lonja descansando sobre el cinturón. Esa perenne incomodidad testicular de los machos que aparece sólo cuando te acuerdas de su existencia obliga a un reacomodo. Satisfactorio e impúdico inclusive, pero satisfactorio.

Mis piernas, normales. Los pies, el izquierdo recogido y el derecho extendido.

Los sentimientos tranquilos.

NO ME DUELE NADA.

Pero, quiero quejarme.

Si caray, porque ya ha pasado mucho tiempo, quizá no mucho para los demás pero para mi sí, ha pasado bastante tiempo desde que no remilgo por algo.

Así que berrincho y remilgo. Me quejo, expreso mi inconformidad en este momento.

Que tipo tan problemático soy.

Karina, Contexto.

Remembranza...

Sábado 30 de abril. Año 1995.

Cada viernes, recién entré a mi internado, regresaba a mi casa. Aquella que en ese entonces, todavía era mi casa.

Vivíamos en Rincón de San Lorenzo. Mi cuarto era el de arriba, a la izquierda. Con balcón y toda la onda.

Mis padres con un año de divorciados, yo contento porque pude disminuir drásticamente la obligatoriedad de ver a mi madre, excluyendo sus nuevos derechos a un par de horas, sábados y domingos.

En esa ocasión había traído yo un conejo. Un pequeñuelo blanco con un listón azul, ya que no teníamos espacio en el internado para más conejos de los que contemplaba nuestro proyecto de cooperativa. Es increíble, comenzamos en el 95 con diez conejos, y en el 97 era un local con más de 200.

El caso es que tenía al conejo ahí, en el último piso de mi casa en el cuarto que antecedía al patio superior. Ahí vivía mi perra, Candy, una hermosa Samoyedo que acababa de parir tres agradables chicuelos, blancos como la nieve también. Parecían osos polares. Se llamaron (según sus nuevos dueños), Tobarish, Duke y Nieve.

Y a ese piso subíamos Karina y yo a alimentar a los perros. Y a acostarnos en el techo para observar por un ratillo la claridad de la noche, o dejarnos atontar por el candor del sol.

Teníamos 13 años, y toda una vida de ser tan mejores amigos.

El caso es que aquel sábado 30 de septiembre (lo rayé en un muro oculto de la casa, para que no se me olvidara), salí de compras con mi madre a un agradable mercadillo que se ponía en mi colonia. Compré una alcancía en forma de perro, un boxer café con el hocico negro que conservo en conmemoración por esta fecha tan singular.

Y llegamos a la casa, yo con mi alcancía de perro bajo el brazo y cargando unas plantas que mi madre acababa de comprar. Mi madre cruza la puerta, y observa un papel de hoja cuadriculada con mi nombre dibujado en pluma púrpura.

Lo toma, voltea y me dice: “Michel, creo que esto es para ti”.

Y mira que no seré adivino, o al menos no tenía capacidad de premonición en aquel entonces. Pero mi corazón dio un vuelco, y subí a mi habitación. Con la alcancía de perro boxer en mano.

Y leí su carta, la primera carta que recibí de ella. Y no recuerdo bien el sentido ni el orden de las letras (mira que cuando eres adolescente haces muchas idioteces, tales como quemar las cartas que tu recién ex novia te mandó por tanto tiempo) ni tengo en claro el mensaje que leí en aquel día.

El caso es que me asomé por el balcón, y ella estaba ahí, sentada en la acera frente a mi hogar.

Como ya me era costumbre, salté de mi cuarto con todo sigilo para que mi madre no me escuchara, ya sin la alcancía bajo el brazo.

Y le miré. Y me miró.

Y estúpidamente le comenté que no me esperaba yo su tierna declaración. Y le dije que pues estaba medio cañón el asunto, ya que por si no lo había mencionado o ella no lo había notado, yo estaba estudiando en un internado.

Osease, dije no.

Ya ven que es “tan” raro para mí negarme a una nueva relación (sarcasmo para quienes no lo comprendan).

Y ella agachó el rostro, y fue caminando hacia la salida del fraccionamiento. Y yo me puse a pensar: “caray Michel, como que estas haciendo una idiotez”.

La alcancé en el portón de entrada, ella sentada.

Me senté a su lado. Ella con suéter blanco.

Y dije. “Ok, ¿quieres ser mi novia?”. Ella feliz abrazándome.

(suspiros enternecidos por favor)

Y así fue. Me regaló un chicle de un metro, yo le regalé ositos de peluche e incluso un adorno de una rosa de latón que compré con mis primeros pesos en Querétaro.

Así vivimos “de novios” tantos días. Comida con sus abuelos; el fútbol con su papá (siempre quiso un hijo, y sólo obtuvo cuatro hijas, una nieta y una sobrina; a la fecha sin varones); las travesuras con su tío, prefecto de mi dormitorio en aquel internado; su cumpleaños con el pastel de lunetas, y la tranquiza que me metieron por su hermosa afición de burlarse de los “forajidos” de la colonia.

“No se metan con mi novio”, presumía la condenada.

Bastante tiempo después “tronamos”. Regresamos un par de veces, y el truene definitivo me hizo derramar las primeras y muy exclusivas gotas mías de desencanto.

Fue hace cinco años que fui a verla, un 28 de diciembre. Día de los Santos Inocentes, por suerte.

Iván y yo andábamos en bicicleta, cuando propuse que pasáramos a visitarla. Platicamos, la acompañé por algunas cosas a la tienda, y lo soltó: “Michel, estoy embarazada”.

Y no era broma conmemorativa a ese día.

No supe afrontarlo. Creo que ya lo había mencionado antes.

Pero, desde esa fecha hasta este instante no nos hemos visto de nuevo, en tanto tiempo.

De repente la recordé, y con iniciativa esta vez fui yo el que le marqué. Comeremos quizá, y charlaremos.

Que rico eso de tener tanto pasado, me cae que sí.

Karina, el Hecho.

No recordaba sus ojos, ese par de destellos que centran su curiosa atención en tus ojos cuando la miras directamente. Cara a cara.

No pudimos ir a comer, mi jefe me pidió que me quedara en la oficina hasta tarde el domingo, y accedí tranquilamente a ello. Sin dificultad alguna.

Le hablé, y prometí ir al menos a saludarla un momento. Ese momento fue una hora de platicarnos la vida, buen trueque por cinco años que nos debíamos de actualizaciones.

Y no recordaba su mirada, y en realidad tenía tiempo que no veía una mirada tan, tan así como la de ella.

Tiene tranquilidad, una tranquilidad alegre como si estuviera a punto de jugar una broma. Sus pequeños ojos son perfectos, brillantes y perfectos, quizá cansados pero con el ánimo de seguir jugando.

Y ella cuenta que sigue su vida, intentó infructuosamente un divorcio por 8 mil pesos que no quiso pagar su aún esposo. El asunto sigue pendiente, ya ni siquiera como un acuerdo voluntario. Ahora bajo proceso.

Lamentamos por un momento ello, aunque sé que ella lo lamenta más. Sin embargo, dedica orgullosa su vida al cuidado de Allyson, su hija, que el 3 de julio cumple cinco años, además.

Y lo platica con la cabeza en alto, y sabiendo la gran empresa que le cuesta, y que le seguirá costando, mantenerse independiente y trabajadora.

Es una mujer dedicada, de eso puedo dar fe. Y además aguerrida.

Me dio tanto gusto verla. Quizá una especie de melancolía podría arrebatarme el gusto que hoy disfruto, pero si ella no tiene nada que lamentar, mucho menos tendría que ser preocupación mía hacerlo.



“Karina y Michel”, es la única mujer con la que he escrito tan ridículo letrerito. Pero, es tierno en verdad.

Cosas

Hay cosas....,

En realidad no cosas.

Hay situaciones que a veces uno realmente espera a que sucedan.

Esas situaciones que pueden volver claro un día como el día de hoy, que le pueden añadir luz a tu vida. Esas situaciones de película, esos momentos, esos instantes, esas cosas – al final de cuentas –, que encantan tan sólo por suceder, que trascienden por trascender.

Aquellos hechos que suceden cuando alguien ya no los espera. Pero en el fondo, secreta e ilusionadamente, uno siempre anhela.

Y de pronto, uno se da cuenta que mientras pasan los segundos, ¡qué digo segundos! ¡décimas de segundo!, fugaces trozos de tiempo que se aventuran en el transcurrir de su misma existencia ante tus ojos, y que mientras más pasan te das cuenta que tu anhelo ha dejado de ser anhelo. Comienza la ansiedad.

Y de la ansiedad viene la desesperación, de la desesperación la obsesión, obsesión de ver cómo se escurren esos momentos, esas cosas de tu vida, de tu presente, de ver cómo te alcanza el futuro, ese ser inalcanzable que se dispone a tragarte a ti.

Sí, leíste bien.

“Tragarte a TI”.

Y mientras más desesperas, más tiempo pasa, y el futuro te va alcanzando. Tus esperanzas ya se van convirtiendo en pasado, y crees que se te saldrá el corazón si llegan a suceder esas cosas en ese preciso instante de tu insignificante presencia en este gigantesco universo.

Esas cosas...

Justo cuando deben de suceder...

En ese instante...

No podrías resistir si así pasara...

Si sucedieran...

Si trascendieran...

Pero...

No pasan...

Y...

No pasarán...

Y te das cuenta de la mugrosa realidad en la que vives.




Esas cosas que nunca suceden.

De la realidad de mi escritura

Cada vez que acabo de escribir algo personal, una carta con mi letra de mano, una hoja más a mi moribundo diario, un absurdo mail o un “blog” como estos, termino con la idea de que al momento en que ponga punto final a mi texto, todo mejorará.

Culmino con el deseo de cambiar, de haber cambiado, de metamorfearme mientras escribo. Que realmente tienen algún valor las palabras y que, si las lees detenidamente, en cada una de ellas podremos encontrar el significado real de lo que escribo.

Y es que un texto mal leído no es más que un sentimiento pésimamente correspondido. Cada letra, cada golpeteo que propino al teclado tiene su razón de ser, su significado, su lugar en este universo, y como tal debe de ser respetado.

No sólo por ser un carácter plenamente identificado en nuestro lenguaje cotidiano, sino porque forma parte de toda una palabra, y no solo de una palabra: forma parte de una frase de algo que efectivamente mi ser está sintiendo, o mi cerebro formulando.

No hacer caso a las letras no es más que ignorar a las personas, soslayar el valor que desprenden a través de sus ideas plasmadas en tinta o en puntos de un monitor. Y así, echar en saco roto todo el esfuerzo que tal sujeto haya aplicado quizá para decir "te odio", quizá para decir "te quiero"; u “hoy no quiero”.

Es por eso que yo, en lo personal, dejo un mundo cuando acabo de escribir algo. No me puedo deshacer de la idea de que lo que he sentido, plasmado en la pantalla, ya lo cerré con un punto final. Y toda la idea y el sentimiento que pude tener en el preciso instante en el que escribí, sencillamente ya no son lo mismo.

Cierro una página, cierro una sensación.

Y a veces me resulta gratificante hacerlo, soy sincero.

Cierro lo que quise, cierro lo que amé y quizá en realidad hasta esté cerrando un poco más de mi. Desaparezco y me dejo desvanecer en el laberinto de la redacción, ¿que más da que perezcan mis ideas si mi cuerpo no hace absolutamente nada más que perecer?

¿A que viene a colación todo esto? Ni idea, realmente.

Pero no todo se puede quedar así, ya que para cada punto final corresponde un paulatino suicidio de mis ideas, de mis sentimientos, y me temo que el próximo deceso se acerca rápidamente.

Wednesday, December 22, 2004

Vacacionando

Un placer delicadamente humano.

Abrir los ojos a primera hora del día de un día normal de descanso (1:00 pm). Disfrutar del frío toluqueño, acurrucarse en la cama y abrazarse al edredón.

Pensar: "¿Qué chingados importa? Son MIS vacaciones".

Lujo confinado por mi burócrata desempeño a sólo un par de semanas al año.



Bañarse por el simple y único gusto de hacerlo. Derramar el agua hirviendo por el cuerpo mientras con toda calma procuras la virginidad incandescente del cigarrillo que esquiva con vehemencia el salpicar de la regadera.

Fumar tabaco y vapor. Permitír a tu cuerpo desgastarse en ello, acercarse a la muerte exclusivamente por el gusto de sentir tan sensacional placer.

Tomar un par de boxers ajustados, y el resto en bolas. Pasear por la casa y disfrutar el silencio que olvidan, singular regalo, los absurdos vecinos en sus absurdas vacaciones de absurda navidad en el absurdo Acapulco mexicano.

Comprar el periódico y no leer ni la sección principal, ni QRR ni nada más que no sea, exclusivamente, la sección cultural, espectáculos por favor, un momento por los clasificados, y obviamente la tira del Cerdotado.

Comprarse unos 150 gramos de champiñones. Hervirlos con un chile jalapeño en rodajas, un poco de epazote, diez ejotes picados, un cuarto de papa también finamente picada, y todo el antojo de una sopa de hongos a la marquesa; rica y calientita, servida en bolas en una fría hora de mañana (tarde, noche, que mas da)

Y pasear la vida. Vestir singular pijama de felpa acolchonada en cuyo color grisáceo descansa el recuerdo de mi antecesor.

Todo lo demás, un bledo.

Recibir una llamada de la oficina, contestar después de dos sonidos, contestar: "no jodan".

Colgar y sonreír con cínico anhelo de querer vivir así varios días más.


Thursday, December 16, 2004

Absurdos

Sin la amabilidad propia de un caballero se permite atravesar la calle apresurando el paso entre la multitud.

Lo detiene un instante el puesto de periódicos. Diecisiete titulares negativos, uno positivo: la manera, la muy singular manera, en que Dios le ha dado a entender el mundo.

“Que al final de cuentas, ¿eso a mi qué?”, piensa y se arremolina entre el adoquín de la calle, esquivando la cubetada que un taquero despistado avienta a la acera para que resbale, en un falso intento de pulcritud, la grasa que escurre de su cilindro de carne al pastor.

La sensación que le provoca el detergente barato con la carne de animal asada en condimentos baratos de dudosa procedencia le provoca algo menos que nauseas.

Eso, el ayuno y el descontento matinal que a la mayoría tiene tan fregados hoy día.

Saluda al peluquero. El peluquero no responde y desvía la atención a su obra maestra del día, pequeña criatura con cabello recogido y recién relamido.

Continúa su paso, absorbe bocanadas de dióxido de carbono y decide fulminarlas con bocanadas de nicotina, alquitrán, y al menos dos mil 500 sustancias cancerígenas más contenidas en los 5 gramos de un cigarro alitas, que medio lame y medio prende, augurándole según la costumbre, otro fracaso sentimental.

Y observa alrededor. Busca un poco de cordura entre las mentadas de los taxis y la corrupción del agente de tránsito. Encuentra un poco de paz en el puesto de café, del que compra una taza que va directamente al destrozo de sus, de por sí, angustiados riñones.

Malabarea entre la taza, el cigarro y el paquete de dos alfaguara, una revista y noventa y tres hojas de diferentes oficios pendientes por al menos observar antes de entrar a la junta, una junta más que se repite así en lo consecutivo de una cíclica manera de, absurdamente, sobrellevar la vida un día cualquiera de burocrática labor en Toluca.

Jaiba terca

Quisiera yo saber el número exacto de palabras que tendré que escribir para lograr hacerme entender.

O hacerte entender, lo más improbable, todo lo que ha sucedido por causa tuya, por ti. Por el hecho de que existas, que trasciendas en mi.

Y continuaré, día a día, cada momento de mi vida, insistiendo en esta interminable tarea de escribir las palabras que sean necesarias, para que por fin comprendas todo lo que he sentido por ti. Todo lo que es por ti.

Mi musa, mi fuente de inspiración. El mas bello de mis miedos y el más profundo de mis lamentos. La más hermosa mirada enclavada en el más perfecto de los cuerpos.

El contacto más íntimo. La distancia más dolorosa. El más fortuito de los casos, el más torpe de los errores.

La espera más larga de toda mi vida.

Tu.

Un descubrimiento.

Pasan los minutos y permanezco sentado, sin hacer nada, en esta silla.

Como que comienza a exasperarme el tiempo, seré honesto.


Hoy me percaté que somos muy feos los seres humanos, somos como monos a medio cocer.

O sobre cocidos, que es lo mas seguro.

Tarde de café

Plantea una interrogante, en sí mismo encuentra la facilidad de inscribir inquietudes en su paranoica mente.

Sería un tanto saludable dejar de jugar a ese círculo vicioso de las preguntas, de los autocuestionamientos, e incluso dejar a un lado las deducciones y las reflexiones. La vida en presente, en el mundo real, ofrece mayor dinamismo incluso para sus ahogados anhelos.

En la taza descubre que el café, pólvora negra, ha cumplido con su fulminante misión. Descansan residuos de esa sustancia al borde del recipiente, y pareciera que le mirasen ansiosos por saber si pedirá una taza más.

“¿Más café señor?”

La sonriente mesera instala la intriga entre los residuos del café. Su propietario titubea. Recuerda a sus riñones pero observa que un cigarrillo acaba de ser encendido. Sería un crimen consumirlo sin una buena taza de compañía.

Además, la tarde es joven.

“Si es tan amable, Doña Rosario”.

Descarga desde la tetera el chorro hirviendo de combustible renovado. Él deposita una cuchara en el fondo, esperando a que enfríe el poético elixir. “Es imposible disfrutarlo tan caliente”, piensa.

Piensa fugazmente en tal nimiedad. Recorre el salón y observa detenidamente la mesa de los antiquísimos escritores pasquineros, intentando presumir que son sus pensamientos los que definen el escenario sociopolítico actual de esta ciudad.

Encuentra entre las miradas de conocidos algunos saludos. Encuentra misteriosos chasquidos que le eran aún desconocidos. Incluso encuentra excitación en la prototípica rubia de vestido rojo que cruza casualmente su mirada al momento de la externospección.

Deposita su mirada en su escote. La atracción le hace dudar por un segundo sobre si seguir pensando en su pasado. Pero en ese preciso momento advierte la imposibilidad que ello significa.

Así que disfruta una vez más de aquel cigarro. Absorbe su humo y convive con su enferma melancolía mientras la tarde lo permita. El café no ayuda mucho, o ayuda demasiado para permanecer en ese estado catatónico de recuerdos

De lo que no sabemos...

... nada.

Vamos, este el escrito más inutil que en el transcurso de mi existencia pienso plasmar en algún lado.


"Escribir de lo que no sabemos"

Flamante letrero de latón colgado de una vieja librería, ubicada en la calle de mis recuerdos, colonia de la divagación.

Con sus dos hilos colgando enfrenta al mundo con aquella doble verdad. La verdad del escritor, la verdad del ignorante...

... mejor dicho, de aquella triple triste verdad. La verdad del escritor ignorante.

Porque entre las extrañezas que nos ha tocado experimentar en esta vida (Gigante de América, Paty Chapoy y las ahora extintas y asquerosas hamburguesas de Burger Boy), no hay más rara que la de un escritor ignorante.

Y ahora, producto de un destello de ocurrimiento entrañado en el ocio, démosle vida a aquel escritor ignorante, que día a día sucede su existencia paseándo las mañanas, ignorando obviamente.

Ignorando pero disfrutando, obviamente sin saber porqué, aquella delicada fragancia de los pasteles que cocina regordeta vecina de calle comercial. Disfrutando el color insípido del croar de una rana que, ignorando de donde sale aquel sonido, causa total fascinación a don escritor ignorante.

Ignorando que en el mundo nadie ha encontrado un método anticonceptivo totalmente eficiente que no suponga la abstención sexual o, casi similar sufrimiento, el cercene de los testículos.

Ignorando que el techo de la oficina de algún burócrata toluqueño pinte en raros claroscuros producto de la absurda tarea de tres arañas patonas.

Ignorando que un ratón corre, asustado y desesperado, entre pasto, palomitas de maíz y el llanto de un niño que tiró sus rosetas, asustado y desesperado, por una diminuta criatura, de la cual si explicamos su contexto y así en lo sucesivo no terminaríamos jamás de hablar.

Ignora todo, y al final de cuentas no ignora nada, porque si no sabe algo ¿como cuernos sabe que nunca lo supo? (Verdad irrefutable de la vida número uno: aprender es darse cuenta de lo ignorado).

Escritor ignorante no tiene ni idea, ni importancia, de los policías de Tlahuac, de que no se deben comer mariscos en los meses con "r" o que el nombre correcto de las plumas (para los tolucos "lapiceros") es bolígrafo.

Y en esa bendita ignorancia, escribe palabras sin saberlas escribir. Dibuja historias sin tenerlas que aprender. Ignora mientras inventa e ignora lo que inventa, sin jamás inventar que algo ignora. Porque su ignorancia es absoluta, y se fabrica poco a poco en un cuarto arrumbado, ignóro cual, de aquella librería que en su puerta giratoria incrustra algunas letras pegadas con vinil adherible "No sé", a la sombra de cierto letrero de latón que, flamante, brilla a la luz del sol con la siempre ignorada ironía "Escribir de lo que no sabemos", parábola de vivir lo que no queremos, respirar lo que no tenemos, imaginar lo que no podemos.

Monday, December 13, 2004

Sanitariamente culto

Yo siempre he dicho que aquella cuestión de los sanitarios públicos son toda una delicia en cuanto a contacto social corresponde.

No es para menos.

En masa asistimos obligados por nuestros respectivos cuerpos a aquel lugar en donde, de una manera equilibrada, desechamos de manera expedita todo aquello que deba de ser desechado.

Caso más curioso es la obligatoriedad que significa un sanitario. Podremos privarnos de todo, incluso de una cafetería, de un puesto de periódicos o agradable puesto de esquites.

Vamos, podremos carecer de sala de juntas, de salón de usos múltiples, de la misma oficina en sí, pero jamás de un retrete. Incluso, visto alguna vez, los hay retretes que la hacen de oficina, y que quizá a manera de hipérbole oficinas que la hacen perfectamente de sanitarios. Cuéntese la mía como una de ellas.

El caso es que en los aposentos de mi desempeño existen unos baños.

Sucios y ruínes como sólo pueden ser los sanitarios de gobierno.

Con sus tazas apretujadas entre la puerta de metal y el cesto con desechos orgánicos embarrados en papel, uno tiene que tragarse el orgullo a fin de cumplir con el cometido de nuestro sistema digestivo.

Justo en esas estaba cuando me enfrenté a la dura elección de ¿en qué taza sentarse?.

La primera, con material desbordado cual sincera carcajada, escurriendo incluso por el borde de porcelana.

La segunda, fortuna mía, limpia cual pequeño tazón en el que se sirve la papilla al bebé. Precioso retrete, reluciente me invitaba a sentarme en él. No resistí a sus encantos.

Es precisamente en cuanto entra cierto trabajador de la bella plaza burocrática en la que desempeño. Cual burócrata: mucho traje poco seso.

Y escucho de inmediato entrar a un segundo personaje. Por la sombra y cuchicheo de sus zapatos averiguo que el primero se encontrará desagradablemente con la única opción de la taza que rió mierda a carcajadas. El segundo sencillamente fue a echar una meada.

En tanto, yo acomodado pleno y satisfecho en mi orgullosamente limpio aposento, escucho. Y defeco.

"No mames cabrón"

(interrumpen mi tranquilidad)

"¿Qué paso güey?"

(vaya, personas que se atreven a dialogar en un sanitario)

"Un hijo de la chingada vino a hacer sus mamadas al baño"

(de acuerdo, acuerdo parcial porque no son mamadas las que hizo. Literalmente "la cagó")

"No mames, que cabrones. Ni pedo."

(Más bien dicho "¿qué hacer?", porque eso de "ni pedo" podría no tener una interpretación digna de la realidad).

"Pues sí cabrón. Esto es falta de cultura"

(!)

"Si wy, no tienen la cultura de bajarle al baño ni de cagar bien en el pinche agujero"

(!!!)

"Hijos de su puta madre. Pinches incultos"

(-Infarto al miocardio-)




Es entonces cuando me di cuenta de que la cultura, el nivel de cultura, depende exclusivamente de qué también alineemos nuestros respectivos culos con una taza de excusado.

Obviamente, en la maestría de cagar con tino.



Jamás me había sentido tan solidario con la mínima parte de la sociedad que debí haber sentido un tanto, al menos un tanto, de indignación con tan estupida charla.

Ahí se los dejo al coste.

Thursday, December 09, 2004

De cualquier manera.

Soy honesto, se siente extraño tener aquel compromiso absurdo con tus ideales y que, de repente, te tienen sentado frente al monitor pensando en algun par de palabras que lleguen a reflejar algo de tí.

Y quizá sea eso lo más difícil. Imposible, admito.

Hay cosas en este mundo para las que no estoy hecho. Procedimientos, reglas, estatutos, la normatividad actual del mundo contemporáneo no esta hecha para tipos como yo. O mejor dicho, para las que no estoy preparado siquiera como admitir como un concepto cercano siquiera a la realidad.

Y en tanto transcurre el impacto consecutivo de mis dedos en el teclado sin haber dicho nada, cuando creo haberlo dicho todo.

He aquí el origen, el propósito... no, ni el origen ni el propósito, es el lamentable ser de este blog.

Y vaya que es risible. Primero, recordar que se llama "blog". No "blop" ni "blarp" ni "blur". Se llama "blog".

"Blog" como la gota de una lluvia que cae en el barro. Si cayera en el piso haría "blop". "Blog" como pisar un pequeño batracio, no como pisar un sapo, que de ahí viene el "blarp". Blog como un horrendo grupo cursi de pop contemporáneo venezolano al estilo boy's band, no como mi siempre adorada agrupación "Blur", of course.

Bueno, supongo que lo que menos espera la gente de un servidor es la bola de divagadas que pienso plasmar en este (tosidos incómodos) blog.

Debo de admitir que jamás había hecho pública alguna palabra mía en una manera así tan, ummh, tan así pués. Tan sencillo que cualquier individuejo en indiferente latitud del planeta tierra pueda llegar, abrir mi paginita y darse de risotadas, golpes, arañazos, carcajadas o balazos tras leer esta insoportable e inagotable fuente de absurda realidad.

Vamos, de cualquier manera algún día tuvo que pasar...