Thursday, December 16, 2004

Absurdos

Sin la amabilidad propia de un caballero se permite atravesar la calle apresurando el paso entre la multitud.

Lo detiene un instante el puesto de periódicos. Diecisiete titulares negativos, uno positivo: la manera, la muy singular manera, en que Dios le ha dado a entender el mundo.

“Que al final de cuentas, ¿eso a mi qué?”, piensa y se arremolina entre el adoquín de la calle, esquivando la cubetada que un taquero despistado avienta a la acera para que resbale, en un falso intento de pulcritud, la grasa que escurre de su cilindro de carne al pastor.

La sensación que le provoca el detergente barato con la carne de animal asada en condimentos baratos de dudosa procedencia le provoca algo menos que nauseas.

Eso, el ayuno y el descontento matinal que a la mayoría tiene tan fregados hoy día.

Saluda al peluquero. El peluquero no responde y desvía la atención a su obra maestra del día, pequeña criatura con cabello recogido y recién relamido.

Continúa su paso, absorbe bocanadas de dióxido de carbono y decide fulminarlas con bocanadas de nicotina, alquitrán, y al menos dos mil 500 sustancias cancerígenas más contenidas en los 5 gramos de un cigarro alitas, que medio lame y medio prende, augurándole según la costumbre, otro fracaso sentimental.

Y observa alrededor. Busca un poco de cordura entre las mentadas de los taxis y la corrupción del agente de tránsito. Encuentra un poco de paz en el puesto de café, del que compra una taza que va directamente al destrozo de sus, de por sí, angustiados riñones.

Malabarea entre la taza, el cigarro y el paquete de dos alfaguara, una revista y noventa y tres hojas de diferentes oficios pendientes por al menos observar antes de entrar a la junta, una junta más que se repite así en lo consecutivo de una cíclica manera de, absurdamente, sobrellevar la vida un día cualquiera de burocrática labor en Toluca.

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