Monday, December 13, 2004

Sanitariamente culto

Yo siempre he dicho que aquella cuestión de los sanitarios públicos son toda una delicia en cuanto a contacto social corresponde.

No es para menos.

En masa asistimos obligados por nuestros respectivos cuerpos a aquel lugar en donde, de una manera equilibrada, desechamos de manera expedita todo aquello que deba de ser desechado.

Caso más curioso es la obligatoriedad que significa un sanitario. Podremos privarnos de todo, incluso de una cafetería, de un puesto de periódicos o agradable puesto de esquites.

Vamos, podremos carecer de sala de juntas, de salón de usos múltiples, de la misma oficina en sí, pero jamás de un retrete. Incluso, visto alguna vez, los hay retretes que la hacen de oficina, y que quizá a manera de hipérbole oficinas que la hacen perfectamente de sanitarios. Cuéntese la mía como una de ellas.

El caso es que en los aposentos de mi desempeño existen unos baños.

Sucios y ruínes como sólo pueden ser los sanitarios de gobierno.

Con sus tazas apretujadas entre la puerta de metal y el cesto con desechos orgánicos embarrados en papel, uno tiene que tragarse el orgullo a fin de cumplir con el cometido de nuestro sistema digestivo.

Justo en esas estaba cuando me enfrenté a la dura elección de ¿en qué taza sentarse?.

La primera, con material desbordado cual sincera carcajada, escurriendo incluso por el borde de porcelana.

La segunda, fortuna mía, limpia cual pequeño tazón en el que se sirve la papilla al bebé. Precioso retrete, reluciente me invitaba a sentarme en él. No resistí a sus encantos.

Es precisamente en cuanto entra cierto trabajador de la bella plaza burocrática en la que desempeño. Cual burócrata: mucho traje poco seso.

Y escucho de inmediato entrar a un segundo personaje. Por la sombra y cuchicheo de sus zapatos averiguo que el primero se encontrará desagradablemente con la única opción de la taza que rió mierda a carcajadas. El segundo sencillamente fue a echar una meada.

En tanto, yo acomodado pleno y satisfecho en mi orgullosamente limpio aposento, escucho. Y defeco.

"No mames cabrón"

(interrumpen mi tranquilidad)

"¿Qué paso güey?"

(vaya, personas que se atreven a dialogar en un sanitario)

"Un hijo de la chingada vino a hacer sus mamadas al baño"

(de acuerdo, acuerdo parcial porque no son mamadas las que hizo. Literalmente "la cagó")

"No mames, que cabrones. Ni pedo."

(Más bien dicho "¿qué hacer?", porque eso de "ni pedo" podría no tener una interpretación digna de la realidad).

"Pues sí cabrón. Esto es falta de cultura"

(!)

"Si wy, no tienen la cultura de bajarle al baño ni de cagar bien en el pinche agujero"

(!!!)

"Hijos de su puta madre. Pinches incultos"

(-Infarto al miocardio-)




Es entonces cuando me di cuenta de que la cultura, el nivel de cultura, depende exclusivamente de qué también alineemos nuestros respectivos culos con una taza de excusado.

Obviamente, en la maestría de cagar con tino.



Jamás me había sentido tan solidario con la mínima parte de la sociedad que debí haber sentido un tanto, al menos un tanto, de indignación con tan estupida charla.

Ahí se los dejo al coste.

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