Tuesday, October 25, 2005

la interrogante

De no escribir, exploto. A la cercanía de noviembre, en el ocaso de octubre, sostengo en mi vida tan solo pequeños suspiros de anhelos que, a la oscuridad del día le resta tan sólo una esperanza más de no desvanecer en el intento…

¿En el intento? En el intento de seguir estando con una justificación amplísima, en términos totalitarios, de estar. De seguir permaneciendo. En el intento de no sucumbir ante el impaciente anhelo de corroborar ese delicado pero constante y exquisito gusto por la soledad, tantas veces maldicha en la maltrecha vida de este servidor.

En el intento de estar conciente, en el intento de seguir vigente. De rescatar a aquellos elementos en mi interior que aún, aún, aún me deben de identificar como aquel por quien tanto tiempo he presumido ser.

Cuando al tiempo no queda mas que un resto ambiguo de mis orígenes, mis deseos se han materializado ya tanto en este presente que, ya llegado, no me parece acabar de satisfacer.

En el intento de no dejarme perecer. En el intento de rescatar a lo que me distingue como ser humano y no como un intento más de ciudadano estereotipado, gozoso y exitoso, permanentemente aislado del mundo irreal, ese planeta maravilloso donde tantas veces creí estar tan bien…

Saturday, August 20, 2005

Varias, y van cero.

Nuevamente salí de vacaciones. Nuevamente de regreso.

Después de todo un asedio de conflictos personales, intensidades intencionales no laborables y aquellas que sí lo fueron en ese tenor, decidí largarme a un rico y adorable espacio de esparcimiento en las playas oaxaqueñas.

Toda una delicia para un servidor.

Ya en Oaxaca pensé, y pensé mucho. Y miren, y vaya más bien, que si he tenido mucho qué pensar.

Tantos temas, tantos tópicos y tantos asuntos que tenía pendientes en mi mente de resolver, los medité todos en pedazos echado en una hamaca disfrutando del vaivén que ejerció, sereno, mi propio cuerpo sobre el centro de mi universo.

Y regreso tranquilo. Regreso calmado y regreso con frío. Regreso con ganas de no saber si quiero regresar o no, pero aceptando que hoy, regreso.

Algo tenso quizá, pensar en los problemas no significa jamás solucionarlos, y si de problemas se trata yo tengo hasta para aventarlos. Sin embargo, puedo asegurar que esa tierna tensión no me altera tanto.

Me siento leve, alivianado, peacefull perhaps, algo adormilado por el sol que me bañó por tanto rato... sin embargo me siento todavía con las ganas suficientes como para seguirle macheteando este próximo lunes ya encerrado en las cuatro paredes de mi oficina, de nuevo y nuevamente, laborando.

Esta semana en mi vida fue tan delicioso y desconcertante como presionar lenta, pero firmemente, el botón de reset a mi ordenador.

Y mirá que me siento cómodo con ello, Ché.

Tuesday, July 12, 2005

Ausencia

“Tiñes mis días de fatal melancolía...”

Jamás dejará de parecerme la mejor de las frases al peor de los recuerdos.

Sigo en la intro/externo-spección de todo el mundo, mi mundo, la manera en que la gente considera al mundo, me considera en su mundo, y como yo veo ese mundo tan inmundo dejando de ser mundo.

Odio, sigo odiando; anhelando, aborreciendo y vomitando. En un inútil esfuerzo procuro lavar los trastes. En quince días no he usado un plato, y todavía no acabo de lavar los sucios que cubiertos de mosquitos se depositaron de repente en mi lavadero.

Mi casa, revuelta. Pantalones en el suelo, revistas de política en el buró. Un pedazo de queso en la cama, al lado de la bolsa revuelta de supuesta ropa limpia de lavandería.

La soledad hacinada de soledad en mi sola casa, en mi sola soledad.

Solamente sólo es que se inicia este andar – recuerdo a Beto Cuevas -. Y después de estar tan exageradamente acompañado, exageradamente mal acompañado, me provoca nausea el mundo ajeno a un servidor. Tanta gente, tantos comentarios, tanta inutilidad, tanto y más de lo mismo, tanto y pega, tanto y duele.

El pecho, sombrío. Las agruras a la orden del día, mis estertores acompañados aislados de un cigarro. Sus recuerdos, confusión. ¿Cómo se debe de odiar a quien se amó y luego se ignoró?

Me resulta un caos, totalmente. No se qué sentir, ni cómo sentir, ni para qué sentir. El aserrín revuelto de colores tornasol en mi cabeza esfuma conciencia de saberme sumergido en la más oscura de las letrinas sentimentales que jamás imaginé.

Carajo, como gato mojado en un rincón desahuciado. En un rincón, desahuciado. Desolado, maullando quejidos irrepetibles y jamás audibles por cualquier mortal, cubierto del moho del olvido, del hartazgo, de las ganas de dejarlo todo.

Absurda no, asquerosa depresión.

Friday, March 18, 2005

Ciao

Vacacionando.

Súbitamente no me encuentro en la oficina. Estoy correctamente enfundado en mis pantaloncillos de batalla, una playera informal y la sartén en la mano.

Cocinar algún apapacho al paladar es la mejor manera de iniciar este hermoso periodo de inactividad laboral.

Y de repente se avizora tempestad en el Golfo, un sateliteño aterrizará en alguna ordinaria estación de autobuses, y de ahí en lo consecutivo a olvidar...

Tantas cosas que dejar atrás, que no me queda más que encerrarlas perfectamente en una jaulota del olvido para que no se escapen durante mi ausencia y provoquen alguna otra calamidad.

En tanto, de agradables compras me seré. La oportunidad de convivir con mi compulsiva faceta de ser me agrada demasiado, ignoro si la pueda controlar esta vez.

Viajaré, caminaré, me quedaré dormido en algún camión y desvelaré. Oiré música, revisaré recuerdos, esconderé algunos y mataré otros.

Me sumergiré en mi descanso, y de hoy en adelante todos al carajo.

:D

Felicidad

Monday, January 24, 2005

Mi pay (pie) de higo. - La cabrona duda del manjar léxicamente inexistente - .

Antes de referir el trauma del día de hoy, expongamos el primer planteamiento:

¿Cuál es la manera correcta de escribir pay (pie)?

Si nos pusiéramos muy respetuosos con su origen anglosajón, pues tendríamos que aceptar que es pie, así como sonaría con la fonética inglesa “¿me da un pie helado de limón?”.

En todo caso, si tuviéramos que seguir la regla al pie de la letra, tendría que enunciar todo mi texto cual gringo de Green Bay leyendo el Reforma en voz alta en su primera visita a México.

No lo creo.

Acercándonos un poquito más para quitarnos esta cabrona duda, me atrevo a hojear un poco el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en donde se define a “pie” con 30 significados y acepciones, ninguna que asemeje su significado con un rico pan de pasta dura relleno de innumerable cantidad de deliciosas mermeladas o revoltijos salados, generalmente de atún, jamón y queso o espinacas.

“Ok, entonces es pay. Debe de ser pay”. Agarramos, hojeamos, manoseamos y buscamos la palabra pay en el diccionario que establece TODAS las palabras de nuestro idioma (incluidos recientemente las palabras naco y el infinitivo chingar con todas sus conjugaciones), y ¿qué creen?

No la encontramos.

Mierda.

Mejor existe la palabra pendejo que un nombre para el delicioso panecillo calientito que sacan humeando sabor desde el horno de una panadería en el centro de mi municipio.

¿Por qué? (preguntándolo con seriedad retórica)

¿Por qué? (preguntándolo con desesperación infantil)

¿Por quéééééééé?!!!!!!!! (preguntándolo con alarido de perro atropellado – ¡gol! – )

Mundo injusto, francotirador de nuestro destino, humanidad inconsciente que menoscaba el placer de una mordida más al mas miserable de tus hijos.

Porca miseria.

En un arrebato de furia me desahogo y retiro del asiento de la cabrona duda por el manjar inexistente y dejo desparramar mi existencia en el vacío de la puta verdad irrefutable. Por el manjar inexistente, claro.

¿Qué persona?, ¿con qué inconsciencia?, ¿qué humanidad? Ni el más sabio de los seres humanos jamás podrá negar el fiel impacto gustativo que provoca el léxicamente inexistente manjar en nuestro paladar, ni el más villano de los hombres podría no ceder ante su aroma, su consistencia, vamos, su sabor.

Y miren que todo venía simplemente a una equivocación mortal, en la que un ser angelical con un ser demoniaco desvarían la proporción de los colores y erran en la elección de un sabor, causa primigenia de mi consternación.

Hoy perdí un manjar léxicamente inexistente de higo, y me gané un no deseado manjar léxicamente inexistente de ciruela pasa. Me sentí como mi madre, defraudado por no tener mi manjar léxicamente inexistente de higo a la altura de su defraude por tenerme a mi (por no buscarme – ni encontrarme, válgame dios – definición alguna que pueda espantarles), en vez de un buen hijo, serio y medio taimado que estudie medicina a punto de graduarse..

No, a cambio ella tuvo este severo hijo de la chingada (esto no cuenta como una definición, fue más bien una consecuencia) y yo tuve mi manjar inexistente de ciruela pasa.

Ni modo.

Así como ella me soporta yo fui a una máquina de café, elegí americano sin azúcar y me lo tragué.

“Afortunada tú, ser angelical, que un manjar inexistente de higo saborea y se saborea por tus papilas”, digo.

“Afortunado tú, ser demoniaco, que un manjar inexistente de ciruela pasa saborea y se saborea por tus papilas”, supongo.

Cómo de cabron es el destino que nos da algo, sin nombre primero, y errado, después.

Menos mal que existen otras cosas por qué vivir.

Wednesday, January 19, 2005

¿Para qué chingados sirve publicar?

Mucha gente se acerca, en ocasiones, a visitar mi oficina. Columnistas, periodistas, pasquineros en su mayoría, en algunos casos directores de periódicos y en muchos otros de revistas.

Todos llegan con su más reciente producción bajo el brazo, el cuello tenso y el rostro empapado en nerviosismo. Se les comprende, al final de cuentas no vienen sino a garantizar su supervivencia en el mundo de las malas letras mal pagadas; del apoyo institucional que trastorna la objetividad de los escritos; de la mafia en que, al final de cuentas, se ha convertido el periodismo.

Y pocos, muy pocos en realidad, se atreven a lanzarme cada vez que me visitan: “¿Qué te ha pasado muchacho? Tan bueno que eres y no has publicado. ¿Por qué no me mandas algo y lo publicamos?”.

Sonrío. Me desespera la idea de tener que formular una respuesta, pero al final de cuentas procuro tratar con amabilidad el regurgito que me provoca escucharles.

“No te preocupes, algún día te mando algo”. “Pero lo firmas como Ernesto, ¿eh?”

Todavía se creen en posición de imponer.

El caso es que, ya entrando un poco en cosas más serias, me he dado cuenta de lo absurdo que me resulta en este momento el lujo de saberse publicado, cuando jamás se es leído.

Todavía más fatal resulta aquellas personas que ni siquiera buscan el hecho de comunicar algo, tan sólo les entusiasma la idea de que su nombre aparecerá debajo de un titular y podrán presumir: “¿sabes, yo publiqué en una revista activista de izquierda virtual (de nulo presupuesto, deberían acotar)”.

De tal manera, sólo me puedo formular una pregunta.

¿Para qué chingados sirve publicar?

Alzo la vista y observo textos que, con descaro, la gente proclama y, en su propia algarabía, enloquece por presumir su autoría. Malos escritos, aburridos y metódicamente faltos de espíritu, repetitivos totalmente.

¿Cómo le hacen?, pues creo que he encontrado la fórmula secreta para hacer pésima escritura, y dejen a un lado por este momento las leyes gramaticales, de sintaxis y ortografía, que la capacidad de ejercerlas en letras no es sino lo mismo para un pintor que saber preparar su lienzo con pegamento de cola y blanco de españa.

Bueno alumnos, empecemos.

Primero se requiere de tener un lugar donde depositar el asco de escrito que van a iniciar. Puede ser una libreta, la orilla del periódico en la página donde se te ocurrió que podrías ser grande escribiendo, un procesador de textos o (más propio) un rollo de papel higiénico.

Ahora, si lo que quieren es que su escrito, por pésimo sea, “jale”, pues agarran un tema de moda. A como están las cosas en este momento no es difícil tener de donde escoger, y de paso ponerle nuevos títulos a temas tratadísimos: “Tratados Incumplidos de Kyoto, Profecía del Tsunami”, “Bus, El Gringo que Llegó Para Quedarse”; “Videoescándalos, de la Cinta a la Política”.

Bueno, ahora que tengan uno de esos temas (mas tratados por todo el mundo que las vecinas de mi colonia), dedíquense a utilizar los primeros cinco párrafos para describir el hecho que, por si no se habían dado cuenta, López Doriga y Javier Alatorre, ya se dieron a la tarea de contárselo a todo el mundo.

Se trata del famoso “contexto”, que cuando se trata de un tema tan trillado no resulta sino una forma más que idiota de suponer que toda la gente es idiota, o carece de vista, oído y sentido común.

Ya que concluyan la escritura, generalmente la captura, del contexto, viene la parte filosófica de introspección que cada uno debe realizar en sí mismos, para saber qué es lo que su cuerpo siento, cómo reacciona, ante los hechos multicitados.

Se pueden utilizar frases escandalosas “sentí sangrar tristeza de mi alma”, “derramo furia tan sólo en recordarlo”; o frases más o menos normales “me altero de sobremanera”, “me sentí preocupado al respecto”. El que se sea fatalista o no en cuanto al tipo de escritura, no exenta a las personas de ser pésimos escritores.

A estas alturas del texto habrán introducido al lector en la redundancia de un caso que le bombardearon los medios por semanas. Quizá descubra algo nuevo, y si continúa leyendo no es mas que la consecuencia de su curiosidad sembrada por el entorno.

Sin embargo, existe un pequeño porcentaje de lectores que tienen dos neuronas funcionando en la misma sintonía (de entrada se me olvidó decirles: si el lector tiene tres neuronas – caso rarísimo – ni esperen ser leídos, es tan imposible como tratar de hacer volar a cualquier batracio), y para eso es necesario meterle otra ancla más al texto.

El ancla perfecta es la cita, que no es mas que una manera pseudointeligente de reconocer “¿Saben? En realidad ni yo confío en mis propias ideas, por eso necesito supeditar su interés en lo que yo pueda interpretar – pésimamente, acoto – de algún cuate que suene así medio famoso”.

¿Un tip? Esfuércense por encontrar al autor más común que les salte a la memoria, a Antoine de Saint Exupery o Paulo Cohelo; a Carlos Cuauhtémoc Sánchez o J. J. Benítez; o cualquier filósofo de renombre que haya escrito tanto, que la gente ni certeza tendrá. ¡O mejor aún!, ¡invéntese uno! Utilice un nombre así muy extraño como Leonardo de Compostela y Caziñares, el Doctor Muy Shin Gong, o Alberto Cacahuatzin Axolotl

Una vez que la porquería de escrito comience a tomar sazón, es necesario amarrar el sabor uniendo los lazos de la filosofía robada con las pocas ideas que se le ocurran a uno. Al final de cuentas sólo se trata de hablar, así que digan y digan, aunque sea una bola de idioteces, pero sigan diciendo. Escríbanlo pues.

Y dedíquense a incluir historia irrelevantes personales como “vivencias” adoptables a cualquier situación: “la guerra de Irak me recuerda a aquella bronca en la que la tía panchita se quedó sin consomé de borrego porque el tío jonchito se lo había zampado todo...”. estupideces de esa manera pueden ser excelentes a la hora de escribir tarugadas.

Al final, concluyan con una reflexión así muy humanista: “¡¿Hasta dónde hemos llegado?!”, si el artículo tiene un desenlace así medio bizarrón; “Por eso todavía tengo fé en la humanidad”, si el asunto es así como aquellos cuentos de los milagros de diosito bimbo con el que apelmazan mi correo de más basura de la que realmente necesita.

En fin, esa fue la receta para hacer pésima escritura. Seguramente habrá quien me apedree “y bueno, tú para nada eres un chingón”. Y, ok, probablemente la percepción de los demás tengan algo de cierto.

Sin embargo, procuro mantenerme alejado del spotlight que brinda una bombilla sucia que alumbra el cerdo en un puesto de tacos de cabeza.

Tras más de cien noticias firmadas por un servidor ocupantes de la primera posición en un diario de mediana categoría en mi ciudad, y de unas dos mil notas que he escrito en toda mi vida y reproducidas infinidad de veces en todos los medios de este pueblo, realmente no me causa ninguna emoción publicar, MENOS, en cualquier pasquín escrito o virtual de Toluca.

¿Para qué chingados sirve publicar?, ¿qué satisfacción me provoca enterarme de que alguien me integre en un cochino medio?, ¿qué ganas de la gente de leerme pagando lana a lo güey?

Créanme, no le hacemos ningún bien a la ciudadanía llenándola de tanta porquería. Si lo quieren hacer divertido, únanse y yo los conduzco para sumar a los record guiness creando la montaña de basura más grande del mundo. Tan sólo basta el 15 % de los pésimos escritores de Toluca para lograrlo.

Saturday, January 15, 2005

Cuerpo vs Conciente: La Batalla por No Perder la Razón

Me cuesta un poco aceptarlo, porque hacerlo al final de cuentas lleva implícito cierto sentido de abnegación asumida a esta altura de los hechos, pero lo haré.

El caso es que, motivado por la confluencia de hechos extraordinarios en mi persona, me atrevo a escribir sobre aquel momento tan particular de los seres humanos cuando se percatan de que otra persona, generalmente del sexo adyacente (se me hace una barbaridad decir sexo opuesto), esta ahí, frente de ti, aún y cuando no esté presente.

¿Cómo sucede? Es demasiado complicado en realidad. No es metódico pero sí sigue ciertos ritmos, ciertas cadencias que danzan desequilibrando los sentidos hasta sumergirnos en lo que Freud considera un estado alterado del conciente, esquizoparanoide él dice a lo que normalmente se conoce como enamoramiento (sí, si resulta demasiado ordinario como para escribirlo aquí, pero ni modo, de eso se trata el texto y yo decido que palabras utilizar).

El asunto es que, para descubrir que alguien resulta trascendente en ti, no es necesario resolver test en revistas o catálogos, ni mucho menos asistir a un consejero espiritual – los gurús están demasiado pasados de moda –, tan sólo déjate guiar por tus sentidos y serán ellos los que decidan qué es lo que tu ser busca, o qué es lo que quiere encontrar.

¿Cómo es eso? Fíjate en tu mirada, mas bien, percátate de qué es lo que quiere mirar tu vista.

Involucra si tu gustas un ambiente cualquiera, pero si esa persona se encuentra a tu alrededor, te darás cuenta de que tus ojos como que no pueden mirar a otro lado, sencillamente parecen descansar en el rostro de la indicada.

Y es muy curioso el magnetismo que provoca, porque realmente lo provoca así: magnético. En aquellos momentos en que estas platicando tan a gusto y de repente te das cuenta de su vista, y como que tu razón te ordena dirigir la atención a otro lado, pero tus rebeldes pupilas deciden traicionar a la lógica y depositan su objetivo en su sonrisa. ¿Y tu? Sonríes.

Ahora, es necesario darse cuenta de las mejillas que, al saberse traicionada la lógica por las pupilas, inicia cierto desencadenamiento de vasos capilares hasta ruborizar por completo el rostro del pobre desafortunado. Se requiere de todo un repertorio de recursos sociales y relacionales para poder afrontar y superar con éxito tal bochorno físico.

Las manos como que tiemblan. Una vez que la satisfacción visual arrasó con la lógica del individuo, crece la bella inconsciencia que indica al indiciado una serie de posibilidades físicas que serían realidades de no existir ni el pudor ni los modales.

Las palmas se enteran de todo ello, y comienzan a inquietarse molestando a los dedos, que exasperados golpean repetidamente, uno tras otro, la mesa barnizada en un caótico tamborileo que debe de ser puntualmente corregido, o al menos apagado con un apretón mutuo de las manos izquierda y derecha del sujeto en cuestión.

De repente. al andar también el cuerpo traiciona a las neuronas y se ladea un poco el caminar, aproximándose a donde quiere llegar. Sobre todo si se camina a un lado de aquella persona especial, parece ser que el mundo no es lo suficientemente grande como para caminar separados y tus pies deciden tomar un rumbo cerca de ella, de aquella fragancia que disfruta tu nariz, del sonido melódico de su risa, o del candor que emite su cuerpo ante la proximidad del propio.

Esas cosas se disfrutan, ciertamente. Sin embargo si aún no te has percatado de que aquellas reacciones tienen un sentido, y ese sentido una razón, es hora de visitar al neurólogo. Es de locos no asumir tan divina cantidad de placeres, y es de idiotas no intentar merecerse otros.

En mi caso, excesivamente particular, me he alejado de la locura y parece interesarme aquel mundo de la idiotez. Mientras mas le veo, menos me entiendo y más sonrío. He de suponer que las consecuencias de la sintomatología que presento serán de conocimiento mío en un futuro no muy lejano.

O al menos eso espero yo.