Monday, January 24, 2005

Mi pay (pie) de higo. - La cabrona duda del manjar léxicamente inexistente - .

Antes de referir el trauma del día de hoy, expongamos el primer planteamiento:

¿Cuál es la manera correcta de escribir pay (pie)?

Si nos pusiéramos muy respetuosos con su origen anglosajón, pues tendríamos que aceptar que es pie, así como sonaría con la fonética inglesa “¿me da un pie helado de limón?”.

En todo caso, si tuviéramos que seguir la regla al pie de la letra, tendría que enunciar todo mi texto cual gringo de Green Bay leyendo el Reforma en voz alta en su primera visita a México.

No lo creo.

Acercándonos un poquito más para quitarnos esta cabrona duda, me atrevo a hojear un poco el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en donde se define a “pie” con 30 significados y acepciones, ninguna que asemeje su significado con un rico pan de pasta dura relleno de innumerable cantidad de deliciosas mermeladas o revoltijos salados, generalmente de atún, jamón y queso o espinacas.

“Ok, entonces es pay. Debe de ser pay”. Agarramos, hojeamos, manoseamos y buscamos la palabra pay en el diccionario que establece TODAS las palabras de nuestro idioma (incluidos recientemente las palabras naco y el infinitivo chingar con todas sus conjugaciones), y ¿qué creen?

No la encontramos.

Mierda.

Mejor existe la palabra pendejo que un nombre para el delicioso panecillo calientito que sacan humeando sabor desde el horno de una panadería en el centro de mi municipio.

¿Por qué? (preguntándolo con seriedad retórica)

¿Por qué? (preguntándolo con desesperación infantil)

¿Por quéééééééé?!!!!!!!! (preguntándolo con alarido de perro atropellado – ¡gol! – )

Mundo injusto, francotirador de nuestro destino, humanidad inconsciente que menoscaba el placer de una mordida más al mas miserable de tus hijos.

Porca miseria.

En un arrebato de furia me desahogo y retiro del asiento de la cabrona duda por el manjar inexistente y dejo desparramar mi existencia en el vacío de la puta verdad irrefutable. Por el manjar inexistente, claro.

¿Qué persona?, ¿con qué inconsciencia?, ¿qué humanidad? Ni el más sabio de los seres humanos jamás podrá negar el fiel impacto gustativo que provoca el léxicamente inexistente manjar en nuestro paladar, ni el más villano de los hombres podría no ceder ante su aroma, su consistencia, vamos, su sabor.

Y miren que todo venía simplemente a una equivocación mortal, en la que un ser angelical con un ser demoniaco desvarían la proporción de los colores y erran en la elección de un sabor, causa primigenia de mi consternación.

Hoy perdí un manjar léxicamente inexistente de higo, y me gané un no deseado manjar léxicamente inexistente de ciruela pasa. Me sentí como mi madre, defraudado por no tener mi manjar léxicamente inexistente de higo a la altura de su defraude por tenerme a mi (por no buscarme – ni encontrarme, válgame dios – definición alguna que pueda espantarles), en vez de un buen hijo, serio y medio taimado que estudie medicina a punto de graduarse..

No, a cambio ella tuvo este severo hijo de la chingada (esto no cuenta como una definición, fue más bien una consecuencia) y yo tuve mi manjar inexistente de ciruela pasa.

Ni modo.

Así como ella me soporta yo fui a una máquina de café, elegí americano sin azúcar y me lo tragué.

“Afortunada tú, ser angelical, que un manjar inexistente de higo saborea y se saborea por tus papilas”, digo.

“Afortunado tú, ser demoniaco, que un manjar inexistente de ciruela pasa saborea y se saborea por tus papilas”, supongo.

Cómo de cabron es el destino que nos da algo, sin nombre primero, y errado, después.

Menos mal que existen otras cosas por qué vivir.

Wednesday, January 19, 2005

¿Para qué chingados sirve publicar?

Mucha gente se acerca, en ocasiones, a visitar mi oficina. Columnistas, periodistas, pasquineros en su mayoría, en algunos casos directores de periódicos y en muchos otros de revistas.

Todos llegan con su más reciente producción bajo el brazo, el cuello tenso y el rostro empapado en nerviosismo. Se les comprende, al final de cuentas no vienen sino a garantizar su supervivencia en el mundo de las malas letras mal pagadas; del apoyo institucional que trastorna la objetividad de los escritos; de la mafia en que, al final de cuentas, se ha convertido el periodismo.

Y pocos, muy pocos en realidad, se atreven a lanzarme cada vez que me visitan: “¿Qué te ha pasado muchacho? Tan bueno que eres y no has publicado. ¿Por qué no me mandas algo y lo publicamos?”.

Sonrío. Me desespera la idea de tener que formular una respuesta, pero al final de cuentas procuro tratar con amabilidad el regurgito que me provoca escucharles.

“No te preocupes, algún día te mando algo”. “Pero lo firmas como Ernesto, ¿eh?”

Todavía se creen en posición de imponer.

El caso es que, ya entrando un poco en cosas más serias, me he dado cuenta de lo absurdo que me resulta en este momento el lujo de saberse publicado, cuando jamás se es leído.

Todavía más fatal resulta aquellas personas que ni siquiera buscan el hecho de comunicar algo, tan sólo les entusiasma la idea de que su nombre aparecerá debajo de un titular y podrán presumir: “¿sabes, yo publiqué en una revista activista de izquierda virtual (de nulo presupuesto, deberían acotar)”.

De tal manera, sólo me puedo formular una pregunta.

¿Para qué chingados sirve publicar?

Alzo la vista y observo textos que, con descaro, la gente proclama y, en su propia algarabía, enloquece por presumir su autoría. Malos escritos, aburridos y metódicamente faltos de espíritu, repetitivos totalmente.

¿Cómo le hacen?, pues creo que he encontrado la fórmula secreta para hacer pésima escritura, y dejen a un lado por este momento las leyes gramaticales, de sintaxis y ortografía, que la capacidad de ejercerlas en letras no es sino lo mismo para un pintor que saber preparar su lienzo con pegamento de cola y blanco de españa.

Bueno alumnos, empecemos.

Primero se requiere de tener un lugar donde depositar el asco de escrito que van a iniciar. Puede ser una libreta, la orilla del periódico en la página donde se te ocurrió que podrías ser grande escribiendo, un procesador de textos o (más propio) un rollo de papel higiénico.

Ahora, si lo que quieren es que su escrito, por pésimo sea, “jale”, pues agarran un tema de moda. A como están las cosas en este momento no es difícil tener de donde escoger, y de paso ponerle nuevos títulos a temas tratadísimos: “Tratados Incumplidos de Kyoto, Profecía del Tsunami”, “Bus, El Gringo que Llegó Para Quedarse”; “Videoescándalos, de la Cinta a la Política”.

Bueno, ahora que tengan uno de esos temas (mas tratados por todo el mundo que las vecinas de mi colonia), dedíquense a utilizar los primeros cinco párrafos para describir el hecho que, por si no se habían dado cuenta, López Doriga y Javier Alatorre, ya se dieron a la tarea de contárselo a todo el mundo.

Se trata del famoso “contexto”, que cuando se trata de un tema tan trillado no resulta sino una forma más que idiota de suponer que toda la gente es idiota, o carece de vista, oído y sentido común.

Ya que concluyan la escritura, generalmente la captura, del contexto, viene la parte filosófica de introspección que cada uno debe realizar en sí mismos, para saber qué es lo que su cuerpo siento, cómo reacciona, ante los hechos multicitados.

Se pueden utilizar frases escandalosas “sentí sangrar tristeza de mi alma”, “derramo furia tan sólo en recordarlo”; o frases más o menos normales “me altero de sobremanera”, “me sentí preocupado al respecto”. El que se sea fatalista o no en cuanto al tipo de escritura, no exenta a las personas de ser pésimos escritores.

A estas alturas del texto habrán introducido al lector en la redundancia de un caso que le bombardearon los medios por semanas. Quizá descubra algo nuevo, y si continúa leyendo no es mas que la consecuencia de su curiosidad sembrada por el entorno.

Sin embargo, existe un pequeño porcentaje de lectores que tienen dos neuronas funcionando en la misma sintonía (de entrada se me olvidó decirles: si el lector tiene tres neuronas – caso rarísimo – ni esperen ser leídos, es tan imposible como tratar de hacer volar a cualquier batracio), y para eso es necesario meterle otra ancla más al texto.

El ancla perfecta es la cita, que no es mas que una manera pseudointeligente de reconocer “¿Saben? En realidad ni yo confío en mis propias ideas, por eso necesito supeditar su interés en lo que yo pueda interpretar – pésimamente, acoto – de algún cuate que suene así medio famoso”.

¿Un tip? Esfuércense por encontrar al autor más común que les salte a la memoria, a Antoine de Saint Exupery o Paulo Cohelo; a Carlos Cuauhtémoc Sánchez o J. J. Benítez; o cualquier filósofo de renombre que haya escrito tanto, que la gente ni certeza tendrá. ¡O mejor aún!, ¡invéntese uno! Utilice un nombre así muy extraño como Leonardo de Compostela y Caziñares, el Doctor Muy Shin Gong, o Alberto Cacahuatzin Axolotl

Una vez que la porquería de escrito comience a tomar sazón, es necesario amarrar el sabor uniendo los lazos de la filosofía robada con las pocas ideas que se le ocurran a uno. Al final de cuentas sólo se trata de hablar, así que digan y digan, aunque sea una bola de idioteces, pero sigan diciendo. Escríbanlo pues.

Y dedíquense a incluir historia irrelevantes personales como “vivencias” adoptables a cualquier situación: “la guerra de Irak me recuerda a aquella bronca en la que la tía panchita se quedó sin consomé de borrego porque el tío jonchito se lo había zampado todo...”. estupideces de esa manera pueden ser excelentes a la hora de escribir tarugadas.

Al final, concluyan con una reflexión así muy humanista: “¡¿Hasta dónde hemos llegado?!”, si el artículo tiene un desenlace así medio bizarrón; “Por eso todavía tengo fé en la humanidad”, si el asunto es así como aquellos cuentos de los milagros de diosito bimbo con el que apelmazan mi correo de más basura de la que realmente necesita.

En fin, esa fue la receta para hacer pésima escritura. Seguramente habrá quien me apedree “y bueno, tú para nada eres un chingón”. Y, ok, probablemente la percepción de los demás tengan algo de cierto.

Sin embargo, procuro mantenerme alejado del spotlight que brinda una bombilla sucia que alumbra el cerdo en un puesto de tacos de cabeza.

Tras más de cien noticias firmadas por un servidor ocupantes de la primera posición en un diario de mediana categoría en mi ciudad, y de unas dos mil notas que he escrito en toda mi vida y reproducidas infinidad de veces en todos los medios de este pueblo, realmente no me causa ninguna emoción publicar, MENOS, en cualquier pasquín escrito o virtual de Toluca.

¿Para qué chingados sirve publicar?, ¿qué satisfacción me provoca enterarme de que alguien me integre en un cochino medio?, ¿qué ganas de la gente de leerme pagando lana a lo güey?

Créanme, no le hacemos ningún bien a la ciudadanía llenándola de tanta porquería. Si lo quieren hacer divertido, únanse y yo los conduzco para sumar a los record guiness creando la montaña de basura más grande del mundo. Tan sólo basta el 15 % de los pésimos escritores de Toluca para lograrlo.

Saturday, January 15, 2005

Cuerpo vs Conciente: La Batalla por No Perder la Razón

Me cuesta un poco aceptarlo, porque hacerlo al final de cuentas lleva implícito cierto sentido de abnegación asumida a esta altura de los hechos, pero lo haré.

El caso es que, motivado por la confluencia de hechos extraordinarios en mi persona, me atrevo a escribir sobre aquel momento tan particular de los seres humanos cuando se percatan de que otra persona, generalmente del sexo adyacente (se me hace una barbaridad decir sexo opuesto), esta ahí, frente de ti, aún y cuando no esté presente.

¿Cómo sucede? Es demasiado complicado en realidad. No es metódico pero sí sigue ciertos ritmos, ciertas cadencias que danzan desequilibrando los sentidos hasta sumergirnos en lo que Freud considera un estado alterado del conciente, esquizoparanoide él dice a lo que normalmente se conoce como enamoramiento (sí, si resulta demasiado ordinario como para escribirlo aquí, pero ni modo, de eso se trata el texto y yo decido que palabras utilizar).

El asunto es que, para descubrir que alguien resulta trascendente en ti, no es necesario resolver test en revistas o catálogos, ni mucho menos asistir a un consejero espiritual – los gurús están demasiado pasados de moda –, tan sólo déjate guiar por tus sentidos y serán ellos los que decidan qué es lo que tu ser busca, o qué es lo que quiere encontrar.

¿Cómo es eso? Fíjate en tu mirada, mas bien, percátate de qué es lo que quiere mirar tu vista.

Involucra si tu gustas un ambiente cualquiera, pero si esa persona se encuentra a tu alrededor, te darás cuenta de que tus ojos como que no pueden mirar a otro lado, sencillamente parecen descansar en el rostro de la indicada.

Y es muy curioso el magnetismo que provoca, porque realmente lo provoca así: magnético. En aquellos momentos en que estas platicando tan a gusto y de repente te das cuenta de su vista, y como que tu razón te ordena dirigir la atención a otro lado, pero tus rebeldes pupilas deciden traicionar a la lógica y depositan su objetivo en su sonrisa. ¿Y tu? Sonríes.

Ahora, es necesario darse cuenta de las mejillas que, al saberse traicionada la lógica por las pupilas, inicia cierto desencadenamiento de vasos capilares hasta ruborizar por completo el rostro del pobre desafortunado. Se requiere de todo un repertorio de recursos sociales y relacionales para poder afrontar y superar con éxito tal bochorno físico.

Las manos como que tiemblan. Una vez que la satisfacción visual arrasó con la lógica del individuo, crece la bella inconsciencia que indica al indiciado una serie de posibilidades físicas que serían realidades de no existir ni el pudor ni los modales.

Las palmas se enteran de todo ello, y comienzan a inquietarse molestando a los dedos, que exasperados golpean repetidamente, uno tras otro, la mesa barnizada en un caótico tamborileo que debe de ser puntualmente corregido, o al menos apagado con un apretón mutuo de las manos izquierda y derecha del sujeto en cuestión.

De repente. al andar también el cuerpo traiciona a las neuronas y se ladea un poco el caminar, aproximándose a donde quiere llegar. Sobre todo si se camina a un lado de aquella persona especial, parece ser que el mundo no es lo suficientemente grande como para caminar separados y tus pies deciden tomar un rumbo cerca de ella, de aquella fragancia que disfruta tu nariz, del sonido melódico de su risa, o del candor que emite su cuerpo ante la proximidad del propio.

Esas cosas se disfrutan, ciertamente. Sin embargo si aún no te has percatado de que aquellas reacciones tienen un sentido, y ese sentido una razón, es hora de visitar al neurólogo. Es de locos no asumir tan divina cantidad de placeres, y es de idiotas no intentar merecerse otros.

En mi caso, excesivamente particular, me he alejado de la locura y parece interesarme aquel mundo de la idiotez. Mientras mas le veo, menos me entiendo y más sonrío. He de suponer que las consecuencias de la sintomatología que presento serán de conocimiento mío en un futuro no muy lejano.

O al menos eso espero yo.

Tuesday, January 11, 2005

Mi padre es ½ Ojete

Hace algunos días, no tantos como para olvidarse pero tampoco tan pocos como para detallarlo perfectamente, mi ocio logró de nuevo que un burócrata servidor dirigiera algunas palabras a la manada de seres humanos que comparten tiempo, espacio y – en escasos casos –, consaguinidad con quienes algún día heredarán mis pertenencias.

Entre esos individuos, – creo que es el único en realidad –, se encuentra mi padre.

Don Ernesto Jiménez II, – aplausos por favor –.

El caso es que doté a todos de la página en donde el hijo de tan notable escritor plasmaba sus idioteces y el absurdo producto de una vida pateada por su propio destino. Al preguntarle “¿qué te pareció?”, me contestó de la manera más amable y cordial en que sólo el puede dirigirse – con melódica tonía de viejito, admito – y decirme “huy mijito, no pude entrar, que se me hace que me diste mal la dirección”.

“Ok”, respondí. Obviamente no es ni la primera ni la última de las veces en que me sucede algo mal. Sin embargo, como que no resultaba muy lógico que digamos el haber recibido algunos mails de risa, otros de consternación y ninguno de agradecimiento – vamos, las recetas de la vida que aquí se dan no son gratis, al menos las gracias – con motivo del multimentado blogspot.

Luego entonces ... Michel, perdón, don Ernesto Jiménez III (sea de conocimiento popular que yo comencé con la manía de ponderar el apellido y el origen de ascendencia antes que el nombre propio en mi primigenia ideología de la línea masculina de mi familia), pues Don Ernesto Jiménez III no tuvo ningún error. Escribí la dirección correcta.

Entonces, aventurados a tomar cartas en el asunto atino a deducir que mi padre, o es muy malo apretando el mouse de manera repetida para acceder al hipervínculo, o soy tan mal escritor que prefirió declararse incompetente en la materia de leer a su único hijo varón, y desviar la atención en algo como “eres medio güey, no escribiste bien la dirección”.

Lo más seguro es que, así como esta el clima y el precio del tomate, pues mi padre en realidad sea medio ojete.

Que sea de constancia popular que no dije que mi padre era un verdadero ojete. No señor, mi padre sólo es medio ojete. Definámoslo como sólo la mitad de lo que un verdadero ojete alcanzaría a hacer, y estoy casi seguro que más bien es medio ojete en la mitad de las actitudes ojetes que le corresponden al descuido, y no la del dolor.

Hay ojetes descuidados (100 % ojetes) y hay descuidados que resultan así medio ojetes (½ ojetes).

Y pues mi padre es así, medio olvidadizo y, en consecuencia, tan mitad de ojete como lo he sido yo al 100 % durante los últimos 22 años de mi vida negativamente activa.

Es oportuno, mas bien justo, apuntar que además de ½ ojete, mi padre es así como chingón 1/2 , y a toda madre entre paréntesis con un n al lado sobre una línea fraccional arriba del 1.

Vamos, es un tipazo.

Sin embargo, en esta ocasión si se vio medio ojete. Con eso y con que el lunes me dejó plantado, pues se junta grasa en el lechoncito y sale un buen jamón.

En fin, un abrazo a mi ½ ojete padre, a quien quiero con toda el alma con toda y su ½ ojetez.


Sunday, January 09, 2005

Efectos postraumáticos

Tengo, he tenido mas bien, cierta ansiedad por algunas situaciones desde hace ya algunos pares de meses.

Poco a poco mi ansiedad fue disminuyendo, hasta que vi (por idiota, lo admito) alguna película que me hizo recordar el origen de la alteración al estado de mi consciente y subconsciente, hasta otro mes más en el que mi mente descansó aquel efecto postraumático y volví a la tranquilidad.

Y después me fui de vacaciones, tal y como los pocos lectores de este burócrata escritor han podido constatar, y el asunto fue totalmente olvidado.

Pero, cuando regresé: ¡sorpresa!

Un tsunami con olas de entre 5 y 20 metros arrasaron un lugar dek que apenas si sabía de su existencia, y con ello regresa el terror de mi ansiedad...

En algunas vacaciones pasadas, por aquellas épocas veraniegas cuando florecen los más delicados pétalos en intensos y coloridos paisajes, y hasta las iguanas descansan el apacible calor en las sombras más oscuras de la selva oaxaqueña, cuando súbitamente me encuentro en medio de agua rodeado por sal y alejado a varios cientos de metros de la costa, sin alternativa ni capacidad propia para regresar.

El recuerdo del agua rugiendo a mi alrededor y la búsqueda incesante del fondo por el aquí escritor, me causó bastante desconcierto por varios días mas. El tequila no fue suficiente para ahogar este recuerdo.

El caso es que me causó tamaño trauma que a la fecha no lo he podido olvidar. Y tiemblo de pensar en ello.

Entonces, voy a Morelia, descanso en tierra firme y digo “ahora sí, las próximas tocan en playita de nuez”. Yo y mis guarines anhelos se detuvieron cuando al regreso observo semejante arrastre de agua, transexuales tailandeses y lodo en todas las noticias, a todas horas y en todo canal.

No he podido descansar sin la angustia del agua de nuevo. He decidido pisar firme por un buen rato, y si visito una playa jamás será de nuevo en el océano pacífico, donde he investigado y existe la confluencia de al menos cuatro placas tectónicas que se hunden unas debajo de las otras, incrementando la posibilidad de producir movimientos telúricos trepitatorios, causa indudable de los mentados tsunamis.

Adiós Acapulco, adiós Oaxaca, adios Cabo San Lucas (jamás he ido, pero por si las moscas adiós).

Prometo volver cuando mi par de testículos no se escondan en mi tiroides cada vez que alguien mencione la palabra “ola”.

Porque tan solo con esa palabra, esa mendiga palabrita, es que he definido al 2004 como un buen año, un año perfecto, para odiar el mar.

Monday, January 03, 2005

Espectaciones

Esperaba yo a Toluca un poco menos singular que de costumbre, hay que ser honestos.

Quizá un tantito mas vulgar de lo que realmente es. Jamás diría que mas asquerosa, pero si apostaba a algo así mas corrientón, a algo un poquito mas cercano a aquella realidad que por tanto tiempo construí en torno a este lugar en el que vivo, muy lejano aún al lugar ideal de mis discretos anhelos.

La esperaba, a Toluca, mas fria. El calor en la noche me hizo quitarme las cobijas y abrir la ventana, disfrutar del fresco por un rato pegándome en la cara hasta que comenzara a caer la primer brisa de las heladas matutinas, que hacen un poco mas insoportable a la ciudad que de costumbre, pero no tan insoportable como pensaba.

En realidad, muy dentro de mi, tenía la intención de que el regreso fuera pesado, que no me gustara estar aquí, que extrañara cualquier otro lugar en la tierra y que al final de cuentas me sintiera ajeno a esta en donde piso, ubicada a desgraciados dos mil setescientos metros sobre el nivel del mar. "No es una ciudad para cualquiera", declaración objetivamente cierta.

El caso es que ni dormir pude por saberme certero en mi estado: "me encuentro en Toluca". Además, me sentí inquieto por entrar a trabajar no al rato, ni dentro de un tiempo, sino "ya".

Hay quien, contagiada por el ridículo léxico empresarial que implementan las escuelas de renombre en alumnos que carecen del mismo, me calificó como "a workaholic". Quizá si, quizá si, sólo si tuviera la necesidad de echarme para atrás yo y todo en lo que creo. Quizá.

El caso es que, mas cercano a la verdad que profeso, cierta amiga que por décadas me lleva al menos tres me dijo "tu debes de estar demente". El recordarme sentadito en la oscuridad de mi cuarto pensando en todo lo que tendría que hacer al día siguiente, mi primer día de nuevo en el trabajo, creo que me hizo recapacitar en no refutarle al respecto.

El caso es que en Toluca me encuentro, en mi silla burocrática me encuentro, escribiendo de nuevo me encuentro, con cierto frío (mas no tan intenso) estoy.

Y no esperaba que me fuera a gustar.