Thursday, December 16, 2004

De lo que no sabemos...

... nada.

Vamos, este el escrito más inutil que en el transcurso de mi existencia pienso plasmar en algún lado.


"Escribir de lo que no sabemos"

Flamante letrero de latón colgado de una vieja librería, ubicada en la calle de mis recuerdos, colonia de la divagación.

Con sus dos hilos colgando enfrenta al mundo con aquella doble verdad. La verdad del escritor, la verdad del ignorante...

... mejor dicho, de aquella triple triste verdad. La verdad del escritor ignorante.

Porque entre las extrañezas que nos ha tocado experimentar en esta vida (Gigante de América, Paty Chapoy y las ahora extintas y asquerosas hamburguesas de Burger Boy), no hay más rara que la de un escritor ignorante.

Y ahora, producto de un destello de ocurrimiento entrañado en el ocio, démosle vida a aquel escritor ignorante, que día a día sucede su existencia paseándo las mañanas, ignorando obviamente.

Ignorando pero disfrutando, obviamente sin saber porqué, aquella delicada fragancia de los pasteles que cocina regordeta vecina de calle comercial. Disfrutando el color insípido del croar de una rana que, ignorando de donde sale aquel sonido, causa total fascinación a don escritor ignorante.

Ignorando que en el mundo nadie ha encontrado un método anticonceptivo totalmente eficiente que no suponga la abstención sexual o, casi similar sufrimiento, el cercene de los testículos.

Ignorando que el techo de la oficina de algún burócrata toluqueño pinte en raros claroscuros producto de la absurda tarea de tres arañas patonas.

Ignorando que un ratón corre, asustado y desesperado, entre pasto, palomitas de maíz y el llanto de un niño que tiró sus rosetas, asustado y desesperado, por una diminuta criatura, de la cual si explicamos su contexto y así en lo sucesivo no terminaríamos jamás de hablar.

Ignora todo, y al final de cuentas no ignora nada, porque si no sabe algo ¿como cuernos sabe que nunca lo supo? (Verdad irrefutable de la vida número uno: aprender es darse cuenta de lo ignorado).

Escritor ignorante no tiene ni idea, ni importancia, de los policías de Tlahuac, de que no se deben comer mariscos en los meses con "r" o que el nombre correcto de las plumas (para los tolucos "lapiceros") es bolígrafo.

Y en esa bendita ignorancia, escribe palabras sin saberlas escribir. Dibuja historias sin tenerlas que aprender. Ignora mientras inventa e ignora lo que inventa, sin jamás inventar que algo ignora. Porque su ignorancia es absoluta, y se fabrica poco a poco en un cuarto arrumbado, ignóro cual, de aquella librería que en su puerta giratoria incrustra algunas letras pegadas con vinil adherible "No sé", a la sombra de cierto letrero de latón que, flamante, brilla a la luz del sol con la siempre ignorada ironía "Escribir de lo que no sabemos", parábola de vivir lo que no queremos, respirar lo que no tenemos, imaginar lo que no podemos.

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